Derecho al medio ambiente, otra mirada

2018ko urtarrilaren 26a

Dice mi diccionario que la palabra desolación proviene del latino desolatio, genitivo desolationis. Dice también que la soledad, ruina y destrucción son sus significados principales. Pero nada dice el diccionario del corazón de la gente que marcha por las calles, nada dice de nosotros¿Bernardo Atxaga (Poemas & Híbridos)

Roma nos legó el derecho. Tal vez por ello, algunos autores italianos creen que existe una línea de continuidad entre el imperio romano- sobre todo los mandatos de los emperadores Trajano, Adriano y Antonino Pío- y el proyecto de construir una Europa sólida, cohesionada y empapada de justicia social. Europa aún expía culpas por lo que sucedió en la última guerra mundial. Una pregunta sin contestar es si acabará redimiéndose a través de ese proyecto ambicioso que se denomina Unión Europea.

Marciano y otros juristas romanos acuñaron el término de "res communi", cosas de la comunidad, como el agua, la flora, la fauna, los recursos panorámicos, que a todos benefician. La bióloga norteamericana Rachel Carson sembró el camino del reconocimiento jurídico a los derechos sobre el medio ambiente mediante su libro "Primavera Silenciosa" (1962). Después se celebraron la Conferencia de Estocolmo en 1972, la Cumbre para la Tierra de 1992 y otros hitos recientes. Se va generalizando el reconocimiento del derecho a un medio ambiente sano aunque no escasean voces que lo cuestionan.

No es ajeno al espíritu conservacionista la curiosidad humana, ese instinto por adentrarse en lo desconocido, la terra ignota que se describía en los mapas del XVI y XVII. Aventureros y exploradores a partes iguales emprendían viajes larguísimos y peligrosos. Sirva como ejemplo la nota que el explorador de la Antártida, Ernst Shackleton, emplazaba en los "pubs" portuarios de Irlanda: "Se buscan hombres para viaje peligroso. Salario escaso. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura el regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito".

Había mucho de noble intrepidez, entre quienes aceptaban tales requerimientos.

"Somos seres inacabados, somos seres insatisfechos", escribía Carlos Fuentes.

Dicho esto, abundan los ejemplos del disparatado viaje en el que, desde entonces, nos hemos ido embarcando irresponsablemente los humanos: las emisiones de CO2 se han cuadriplicado desde el comienzo de la era industrial. A finales del XIX, el ph del mar era de 8,2. Para el año 2100 la cantidad de ácido en el agua habrá aumentado en un 150% y muchos animales marinos no sobrevivirán. Los mares se han convertido en grandes depósitos de toneladas de basura, en buena medida provocados por la desidia en la defensa de lo que es de todos pero también por políticas ineficaces de los gobernantes de algunas ciudades costeras y por la navegación irresponsable. Como justa venganza, el mar devuelve un alto porcentaje de esos desechos a nuestras costas.

El permafrost del océano Ártico se descongela a una velocidad desconocida. El responsable de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos de América (NOAA), Jeremy Mathis, acaba de llamar la atención sobre ello.

Igualmente, el medio ambiente se encuentra amenazado por la contaminación que producen ciertas palabras. Estas no huelen pero amenazan y sobre todo, duelen. Con frecuencia nos enteramos de manifestaciones de ciertos dirigentes que abordan el tema con displicencia; con ello se insultan a sí mismos y nos insultan a todos. Cavan la tumba de la Humanidad entre risotadas ignorantes. La falta de conciencia, también en las palabras.

Hay que bucear en el fascismo y en el estalinismo para encontrar los rasgos del discurso neoconservador y ultraliberal en esta materia, palabras altisonantes, miradas deshonestas, egoísmo y desprecio por el res communi del derecho romano.

La nostalgia es un elemento importante en la vida, con ella recordamos a los mayores que nos hablaron de paisajes que ya no existen. Esos hilos, aparentemente invisibles, son esenciales para que exista comunidad humana. Z. Bauman ya advirtió, en su "modernidad líquida", que un mundo sin referencias sólidas, compartidas, crea huérfanos. Esos hilos son más sólidos que los carpetazos ministeriales que legalizan atentados contra los derechos al medio ambiente en cualquier país. Antes se aprobaban sin disimulo, con la excusa de la ignorancia; ahora, a menudo, se enmascaran en proyectos revestidos de dignidad aparente, en las antípodas de la moralidad.

Hablamos del planeta Tierra, nuestro espacio vital común. A pesar de ello, pervive entre algunos la ambición de seguir devorándolo todo. En algunos lugares, en las entrañas del poder, se esconden cómplices necesarios. Se agazapan, demasiadas veces, la indiferencia y la pasividad culpables.
Pero existe un contrapunto, mujeres y hombres que se cruzan en nuestro camino al anochecer. Con convicción, depositan los residuos orgánicos e inorgánicos en los contenedores respectivos. Estamos ante las primeras generaciones de ciudadanos que lo hacen, enseñan a sus hijos, reconvienen al vecino perezoso o remolón. Para ellos, los deberes para con el medio ambiente no son palabras abstractas. Gentes sencillas que no capitulan. Podemos encontrarlos en cualquiera de nuestras ciudades y pueblos. Sus actos han dejado de ser extraordinarios, son insignificantes en apariencia, se repiten un día y otro y siembran de decencia nuestras vidas.

Este Ararteko ha creído útil invitar a los Defensores del Pueblo de Europa a reunirse en Euskadi en 2018 para unir fuerzas en defensa de esa decencia.

Manuel Lezertua Rodríguez
Ararteko